Los moteles
El otoño es la estación preferida de los moteles. Es el amarillo
traidor de las paredes de esta habitación, bajo la colcha que
comienza a taladrar invisibles gusanos; dedos enterrados que
nacen hoy sobre mi piel. Es mas fácil sobrevivir olvidando los
grilletes, llenando los días de café y un zapato perdido. Hay
que desconfiar de la amabilidad de los recepcionistas en otoño.
El amarillo puede permanecer para testimoniar la traición a
aquella casa, al minuto de las ingles, a la piel de algunas calles.
Aún busco la llave para desatar estos grilletes que atrapan mis
empeines. Te escucho aullando tras la puerta y se me llenan
los ojos de traiciones y amarillo.
Hay moteles que no cierran nunca. Permanecen así, inmunes
a los días. Se detienen en una eternidad hecha de espejos. Esta
condición los coloca al margen de la ciudad y la fiebre de mis
pechos. No los visita la incertidumbre. hay moteles que no
cierran nunca.
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